Seleccionar página

En cartel

Retrato de una mujer en llamas

 Premio mejor guión Festival de Cannes.

 

Otra de las películas que demoró su estreno por la pandemia es Retrato de una mujer en llamas (2019), y ya se encuentra en la cartelera el film posterior de la directora Céline Sciamma, Petite maman (2021), filmado durante la pandemia. Como se comentó, fue en la premiación de los premios del cine francés César 2020 cuando la protagonista de este film, Adèle Haenel (Heloïse), se levantó de la silla gritando contra la premiación a Polanski como mejor director. Realizadora de Naissance des pieuvres (2007) Tomboy (2011) (sobre la compleja construcción de la identidad) y Bande de filles (2014).

Finalmente en los cines, la unanimidad de las críticas la acompañan: “una obra de arte”. Sin dudas, esta afirmación juega también (y no solamente, claro) con la relación intertextual directa y explicita de este film con el arte pictórico. Esto no sólo a causa del cuidado en la construcción visual de cada encuadre, sino que esto se vuelve un tema en sí mismo. Desde la primera escena, Marianne (Noémie Merlant) les explica a sus alumnas de pintura cómo mirar. Les pide que se tomen el tiempo de observar, que es lo mismo que su directora, parece estarnos pidiendo a los espectadores.  Y recién allí se aventura al océano para hacer el retrato de boda de Heloïse, cuya madre busca ofrecer en matrimonio a un miembro de la nobleza italiana. La pintura será un territorio donde pueden plasmarse muchos de los elementos que el film pone en juego. La representación constituye precisamente un tema en sí mismo, y son muchos los momentos en los que el film reflexiona sobre ella. Y su vehículo, el encuentro de miradas. La forma y el contenido constituyen una unidad que da forma a esta historia de amor, a este film sobre el deseo como motor rector que hace pensar en el film Carol (Todd Haynes, 2015, disponible en Mubi) y en su conexión con el acto creativo.

Con ánimo de amar

El proceso se inicia a partir del encuentro de estas dos mujeres, es por ello que en el primer cuadro que Marianne debe hacer a escondidas, a través de miradas que recuerda a la hora de pintar, Heloïse le echa en cara que carece de sentimiento. Si bien la artista se defiende apelando a las reglas de la pintura y las convenciones, el comienzo será recién en la breve partida de la madre (la actriz italiana Valeria Golino). Al mismo tiempo que, durante ese breve lapso, ese paréntesis, en el que podrán dar rienda suelta al amor-pasión que las convoca y que se encuentra en tensión con los mandatos de la época. Así como el erotismo es filmado con una posibilidad de plasmar la construcción de una intimidad, la relación de sororidad e igualación también es factible en este paréntesis de la cotidianidad. La amistad de ambas es con Sophie, la joven que trabaja como empleada doméstica y que, aprovechando la ausencia de la dueña de casa, tiene decidido irse a hacer un aborto. Será contenida por ellas, luego de varios intentos vanos de hacerlo a través de distintos métodos. La escena sobre este acontecimiento es sumamente impactante y abre pluralidad de lecturas. Probablemente, se trata más de abrirse a las mismas que buscar una explicación que anule su carga movilizante que probablemente se dirija a desculpabilizarla y de mostrar que el hecho no niega su ternura con el bebé que la acompaña en la escena. La convivencia de las tres, perteneciente cada una de ellas a distintas pertenencias sociales, permite aunar diferencias en realidad difíciles de socavar en aquella época. También Marianne pertenece a otro universo, y frente a la dificultad de las artistas de la época de poder acceder a las exhibiciones y de pintar la desnudez masculina, se hace pasar por su padre pintor para poder hacerlo. No duda un instante en lanzarse al océano a recuperar sus instrumentos y espera, como lo interpreta su amada, que puede ella pueda revelarse de la obligación de casarse con un desconocido.

Las luces y la sombras

La propuesta de este relato es tan sutil como poderosa, se basa en el detalle, en las tensiones entre el encierro de ese castillo oscuro y la inmensidad de esa playa que las rodea, entre la luz solar y de velas correspondiente al siglo XVIII. En palabras de la propia directora: “Lo que me interesa es lo que no se ha contado, lo que no está representado, esas historias que permanecen sumergidas en el silencio y la invisibilidad.” (Entrevista de Paula Vásquez Prieto, Diario La Nación 20/10/2021)

Como todo en el film, la belleza de su fotografía no es sólo un marco, sino que abre en sí mismo pluralidad de sentidos. La subjetividad de los personajes se pone así en escena, y los paisajes forman parte de la carga emotiva de la mirada y del mundo interno que la coacciona. No vemos sólo un paisaje, sino que, en un espíritu romántico, ellos plasman el sentir de quienes lo habitan. Participan en esto la directora de fotografía Claire Mathon (que también trabaja con la directora en la reciente Petite maman) y una joven artista, Hélène Delmaire, encargada de pintar los cuadros del film. El mito de Orfeo, que aparece narrado y pintado, resignifica la metáfora de la luz y la sombra, de lo efímero que a través del arte y del recuerdo, perdura.

Tráiler Retrato de una mujer en llamas

FOTOGRAMAS