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En cartel/ Netflix

Adiós Señor Haffmann

 

 

Según rumores quieren mandarnos a Alemania. Pero no es posible, la policía francesa nunca haría eso. ¿No le parece? Yo no sé nada. ¡No puedo saber nada, yo no tengo nada que ver con todo esto!

El otro señor Klein (Joseph Losey, 1976)

No debería suponerse un “nosotros” cuando el tema es la mirada al dolor de los demás.           

               Ante el dolor de los demás. Susan Sontag.

El film es una transposición de la obra homónima de Jean Philippe Daguerre, que se estrenó en Avignon con un camino exitoso y con el reconocimiento de cuatro premios Molière del teatro francés en 2018. El director y guionista Fred Cavayé obtuvo la posibilidad de hacer modificaciones centrales a la trama que dan cuenta de otras resonancias y búsquedas de sentido. La película se estrenó en cines a fines en 2022 y pasó a formar parte del catálogo de Netflix.

La pieza teatral y la película, alteraciones y desplazamientos

La historia se ubica en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941-1942. Joseph Haffmann (Daniel Auteuil) organiza la partida de su familia, pero no llega a poder escaparse. Se queda atrapado en la casa y negocio de joyería que lleva su nombre, pero que ha traspasado a su empleado de confianza François (Gilles Lellouche), que fue a vivir ahí con su mujer Blanche (Sara Giraudeau).  También se plantea el intercambio que solicita a cambio, que Blanche pueda quedar embarazada con Joseph dado que a él le indicaron que era estéril, aunque con resoluciones diversas en la versión teatral y en la cinematográfica. Esto se sumará a una cojera por la cual no ha sido elegido para ir a combatir a la guerra, todos rasgos que plantea como diferencias que él siente como desvalorizantes.

En la película, se produce un recorte y una puesta en relieve del trío protagónico.  Si bien también hay un nazi que merodea el lugar y aprecia la joyería de Haffmann, el comandante Jünger (Nikkolai Kinski, hijo de Klaus Kinski y hermano de Nastassja), no ocupa el mismo espacio temático y dramático. En la obra teatral, la figura del nazi está encarnada en cambio en Otto Abetz, quien fue embajador de la Alemania nazi ante la Francia de Vichy, y que se dedicó, entre otras cosas, a expoliar pinturas como las del renombrado marchante de arte judío Paul Rosenberg. Abetz es invitado a una cena en la casa/negocio de Haffmann. Esta cena transcurre en el centro de la narración, fijando la tensión en esa convivencia imposible (y difícil de otorgarle verosimilitud). Sobre todo, porque Joseph, Pierre en la obra, se unirá a la misma haciéndose pasar por un primo del supuesto dueño de casa. Esto sólo se mantiene en el film en un cruce forzado, peligroso y breve que pone en jaque por un instante la nueva distribución del poder del lugar. Es que el antiguo dueño ahora se encuentra escondido en el sótano, y esta distribución de poder deviene un factor central. Al ajustar y apuntar a los personajes protagónicos y sus vínculos, se busca hacer hincapié no tanto en el invasor, sino en la transformación de quien, de la noche a la mañana, transforma su rol, y poco a poco su personalidad. Es que este el punto que le interesa escudriñar al relato cinematográfico: la construcción de un colaborador. Un oportunista que no parece ser conducido por sus ideas sino por su codicia. “Fue un error ofrecerle esta tienda. Antes no tenía nada, ahora quiere tenerlo todo”, se le escucha decirle a Blanche, que hará el camino inverso al de su marido. Su mirada se vuelve un eje central, puesto que mostrará su paulatino descubrimiento de lo siniestro, lo monstruoso en lo familiar.

Para hacerlo, la película va a resaltar no únicamente el juego de los niveles dentro de la casa, sino también el encierro y la oscuridad. Con pocos planos exteriores, con un privilegio en mostrar el peligro en la incidencia de los vínculos, el color es más bien ocre, los grises y la sombra. Otro recurso visual recurrente y preponderante es el uso de los primeros planos y el movimiento dentro de los encuadres fijos y ajustados. En palabras del director: “Es una película de guerra, en un espacio claustrofóbico”. De hecho, cuenta, la pandemia terminó ayudando a encontrar esta idea de no agregar escenas exteriores y de sugerir más que mostrar e inclinar el eje hacia el interior de la escena y los personajes. Lo que se instala es el planteo de una dinámica de poder que podría darse bajo otro marco histórico.  En éste, una escena que atraviesa sin verse, la Redada del Velódromo de Invierno, cuya consecuencia surge en el vaciamiento del barrio, en algún objeto desperdigado en sus calles.

 

Ecos de cine francés, miradas sobre la propia historia

La presencia de la escena de la Redada en el cine francés no es menor, porque fue un tema abordado bastante tardíamente en la posguerra. Al hacerlo, se ponía en escena la participación activa y autodeterminada de la policía francesa en el evento. En sintonía con los movimientos de la historiografía, en El Jueves del Adiós (Les Guichets du Louvre), de Michel Mitrani, de 1974, es la primera vez que se hace referencia a ella en el cine. Otro film central, muy cercano cronológicamente a este último, en el que está presente es El otro señor Klein (Monsieur Klein, 1976, Joseph Losey y guión de Fernando Morandi, Costa-Gavras y Franco Solinas) con relaciones destacables con el que aquí se analiza. Con un Alain Delon que logra sostener una ambigüedad fundamental para un relato no convencional (él mismo señaló que se trataba de su mejor actuación, sin duda un giro en su carrera), en el que la idea de doble y de pérdida de identidad se llevan al límite. Es que existe otro sr. Klein a este marchand de arte y antigüedades, un hombre judío en fuga y con quien lo confunden las autoridades. Esto lo llevará a fundirse cada vez más en la disolución de su propia identidad, en un juego de espejos, reflejos y refracciones. La idea del otro se pone también en juego aquí. Es que François se obsesiona cada vez más con el lugar que puede ocupar por el corrimiento de Haffmann que debe permanecer en las sombras. La cuestión del robo de arte y afines también atraviesa a ambas. Así como Klein aprovecha para conseguir mejores precios de obras robadas, el antiguo empleado trae joyas robadas, frustrado frente a la imposibilidad de alcanzar su talento. Además se obsesiona por vender el cuadro de Monet que pertenece a su ex empleador.

El arte y las coincidencias también surgen en el diálogo con El último subte (Le dernier métro, François Truffaut, 1980), también ubicada durante la Ocupación. Las resonancias teatrales de la pieza fuente de esta película, tan propio del cinéma de qualité francés, en el caso del film de Truffaut forma directamente parte de la historia y espejo del escenario de la real. También de este triángulo, en este caso entre el director de teatro judío Lucas Steiner (Heinz Bennent), que debe esconderse en el teatro mientras que su mujer Marion (Catherine Deneuve) lo protege mientras intenta reprimir su atracción por el también actor Bernard Granger (Gérard Depardieu).

¿Final feliz?

A diferencia del destino del señor Klein, que termina perdido en la búsqueda de ese doble que lo perturba, es distinto en el caso de Haffmann, que permanece igual durante todo el metraje. Esta falta de cambio se vuelve aquí la resistencia a una claudicación, un sostenimiento de sus principios. Sigue escribiendo cartas de amor a su mujer, aunque no sean entregadas y por este motivo dice no a las relaciones con la mujer del otro. En cambio, en el caso de Francois, su deterioro es lo que termina disolviendo su identidad, que se queda atada al oportunismo y la ambición. Si bien en la obra teatral el cuadro constituye el soborno con el que convencerán al comandante nazi en retirada de que no los denuncie, aquí es el motivo final del hundimiento. Es la moneda de cambio con un prestamista por el cual cae en la delación, el cambio de identidades para hacerse con el dinero y, finalmente, la pérdida de todo. Para hacerlo, lleva al extremo su propia seguridad y falsea los documentos de propiedad/identidad, por lo que es detenido ante los ojos de Blanche que lo mira quebrada y finalmente cierra las rejas del local. En la obra, el cuadro que la atraviesa es de Matisse, La mujer sentada, y se le ofrece como soborno a Abetz cuando, luego de la comida compartida, saluda al señor Haffmann por su nombre, dejando en claro que lo reconoció desde un primer momento tras haberlo visto en una fotografía junto con Rosenberg. Blanche además libera a quien se volvió un preso que fue encerrado en el sótano por su marido, y le pide que cuando recupere la tienda cuente que éste lo escondió, preservando la memoria para su hijo por venir. El encuentro entre Haffmann y su familia es breve, como si al darle la posibilidad de sobrevivir no quisiese convertir en un happy end una advertencia sobre los riesgos de olvidar que nadie se salva solo/a.

Artículo publicado en el periódico Nueva Sión. Diciembre 2023.

Tráiler Adiós señor Haffmann

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