Directoras/Directores
Agnès Varda
30 de mayo de 1928 Ixelles, Bélgica, 29 de marzo de 2019, París, Francia.
La vida de Varda exhala cine en todos sus rincones. Amante de las playas, de las imágenes tanto fijas como en movimiento, del arte en general y de la gente, exploró con enorme libertad las formas creativas. Pasó de ser fotógrafa artística a filmar ficciones y documentales e instalaciones.
Fue desde sus comienzos apodada la “abuela de la Nouvelle Vague”, y se casó con el director Jacques Démy, realizador de hitos como Piel de asno (Peau d’ậne, 1970) Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964) y Les demoiselles de Rochefort (Las señoritas de Rochefort, 1967). Luego de una separación, con el realizador enfermo de HIV, es ella quien lleva a cabo la tarea para la que él esta vez no tiene más fuerzas. En un gesto de amor enorme, es Agnès Varda acompañada por su ya débil Jacquot, quien filma por él Jacquot de Nantes (1991). Rodada en blanco y negro, la cineasta explora los primeros tiempos del realizador, su infancia en Nantes en el taller mecánico de su padre, con sus inventos cinematográficos que lo hacían viajar más allá. En su último film, Varda por Agnès (2019), muy cercano a Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008), la artista hace un repaso en forma de clase abierta de su vida y su obra, una suerte de despedida final a su medida.
Tráiler de Varda por Agnès (2019)
FOTOGRAMAS
Momentos de una carrera
La pointe courte
1955
Cléo de 5 à 7
1961
Sans toit ni loi
Sin techo ni ley
1985
La espigadores y los espigadora
Les glaneurs et la glaneuse
2000
Las playas de Agnès
Les plages d’Agnès
2008
Rostros y lugares
Visages, villages
2017
Trabajos
La pointe courte (1956)
Se trata de la primera película de esta realizadora. Su idea surge cuando pasea por la zona pesquera de Sète, ubicada al Sur de Francia, más precisamente por el pueblo que da nombre al film. A la vida cotidiana y las problemáticas que plantean los pescadores, los pone en comunión con la novela de W. Faulkner Las palmeras salvajes. El resultado es un film que combina, de una forma poética y no tradicional, la vida de estos trabajadores con la crisis matrimonial de una pareja, representada por Silvia Monfort y Philippe Noiret. Está filmada en blanco y negro y posee reminiscencias neorrealistas, y su original universo logra poner el foco en esta singular directora.
Cléo de 5 à 7 (1961)
Como cuenta Varda en sus películas autobiográficas posteriores, se trata de un proyecto que le encarga un productor buscando realizar otra película de bajo costo y de buena llegada al público y a los críticos como había sido Sin aliento de J.L. Godard (Au bout de souffle, 1960). Una película sobre la espera, con un juego en dos tiempos, el tiempo objetivo, de cinco a siete de la tarde, y el tiempo subjetivo de una cantante (Corinne Marchand) que espera los resultados de un análisis de salud importante. De ese modo, la cámara la sigue y nos permite adentrarnos en el clima del París de los años 60. Filmada en blanco y negro, y con una búsqueda que quiere crear la idea de un tiempo real en el que acompañamos a la protagonista, lo explícito de la ansiedad por los resultados se ve atravesado por una indagación profunda sobre la existencia. La filmación de la película juega con relojes, espejos, y todo se vuelve elocuente de las reflexiones que propone.
Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985)
Una ficción emblemática e inolvidable de su carrera en la que Mona, una adolescente vagabunda interpretada por Sandrine Bonnaire, se vuelve un emblema de rebeldía e inadecuación. En un invierno frío, esta joven atraviesa el paisaje de Nimes. Hay una furia en ella. La estructura de la película nos la muestra desde el principio su muerte, con lo que todo el film nos conduce, a través de flashbacks, a intentar descifrar lo que ha sucedido con ella. Lo social y lo personal vuelven a entrelazarse para dar lugar a un camino distinto que concluye en tragedia. También en este caso Varda realizó un proceso de investigación basado en ir al encuentro de personas que cruzaba en la calle, donde éstos yacían, y con quienes entabló conversaciones acerca su forma de vida. Material que la ayuda a pensar este film que refleja también, desde su arraigado feminismo, a una mujer que quiere quebrar su forma de vida en la sociedad y paga un alto costo por hacerlo. La creación formal del film también aquí se destaca, en los largos travellings de la heroína en el camino y las miradas a cámara de aquellos con quienes se cruza. Sin duda, su estilo siempre se mueve en el pasaje entre distintas formas artísticas y narrativas y este recurso ajeno a la ficción transforma a los personajes en testigos.
Una película que llamó la atención de la crítica y las llevó a obtener una gran cantidad de premios, como ser el León de Oro como directora y el César como mejor actriz para Bonnaire, entre otros.
Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000)
Hablamos en este caso de un documental en el que la realizadora se adentra en la campagne francesa para mostrar las costumbres de recolección en estas zonas rurales, pero también en la gente que va desde las ciudades en busca de su alimento o hasta de material vivo para obras. Nuevamente, el intercambio con la gente le otorga la posibilidad de abrir diversos universos personales que terminan agrupando un conjunto de imágenes que componen un caleidoscopio de lo humano. Filmado con una sensibilidad infrecuente, la cercanía de Varda y su permanente curiosidad sobre el mundo nos ofrece una dimensión más profunda de lo que parece presentarse en un primer momento: la pregunta sobre qué ha ocurrido con la costumbre de espigar que se ha ido perdiendo. En forma de un ensayo visual, ella misma va recolectando imágenes que hilvanan el relato. Es así como logra, desde su gran capacidad artística, hacer un collage de materiales heterogéneos, que va de lo particular y el detalle a cuestiones más universales.
Este film fue considerado en 2014, en una encuesta de la conocida revista Sight and Sound uno de los diez mejores documentales de la historia y tuvo mucho éxito y reconocimiento. Tanto es así que ofreció una segunda parte que se llamó Les Glaneurs et la glaneuse… dos años después (Les Glaneurs et la glaneuse…deux ans après, 2002).
Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008)
Como se dijo, Agnès Varda construye aquí un film autobiográfico. A través de las playas, su espacio elegido del mundo, va atravesando su carrera y su vida, que en su caso son lo mismo. Con fragmentos de sus propios films, y recuerdos de un recorrido personal que va de lo íntimo a sus encuentros tanto fílmicos como personales. Se trata nada más y nada menos que la construcción de una voz, de una mirada sobre el mundo y el devenir del suyo: “En mi vida estuve bien rodeada, en mis espejos encontré a los otros, a los otros y a las playas y a toda suerte de gente. Los he filmado, o no, entendido …o no…admirado…”
Rostros y lugares (Visages, villages, 2017)
La increíble vitalidad de la directora hace posible esta suerte de documental y road movie al mismo tiempo. Montada en una camioneta del fotógrafo urbano conocido como JR, recorren juntos Francia para dejar rastros de los habitantes en cada paisaje. A través de gigantografías, los encuentros humanos del recorrido quedan plasmados en estas fotografías gigantes que se imprimen en los muros, en las piedras, y en cualquier superficie que lo haga posible. Así, surge la idea de que la gente común, los desconocidos, son los que deben narrar la historia. Ronda también allí la cuestión que siempre forma parte del universo de esta creadora, la idea de arte y de su función. Pregunta que para Varda, sin duda hay que pensarla en escala humana. Es por ello, tal vez, que el desencuentro del fin del camino con J.L. Godard, su viejo amigo, sea, por un lado, una enorme pena para ella, pero, a la vez, una posibilidad de que no se produzca el final del viaje. El de ningún viaje.
La pointe courte (1956)
Se trata de la primera película de esta realizadora. Su idea surge cuando pasea por la zona pesquera de Sète, ubicada al Sur de Francia, más precisamente por el pueblo que da nombre al film. A la vida cotidiana y las problemáticas que plantean los pescadores, los pone en comunión con la novela de W. Faulkner Las palmeras salvajes. El resultado es un film que combina, de una forma poética y no tradicional, la vida de estos trabajadores con la crisis matrimonial de una pareja, representada por Silvia Monfort y Philippe Noiret. Está filmada en blanco y negro y posee reminiscencias neorrealistas, y su original universo logra poner el foco en esta singular directora.
Cléo de 5 à 7 (1961)
Como cuenta Varda en sus películas autobiográficas posteriores, se trata de un proyecto que le encarga un productor buscando realizar otra película de bajo costo y de buena llegada al público y a los críticos como había sido Sin aliento de J.L. Godard (Au bout de souffle, 1960). Una película sobre la espera, con un juego en dos tiempos, el tiempo objetivo, de cinco a siete de la tarde, y el tiempo subjetivo de una cantante (Corinne Marchand) que espera los resultados de un análisis de salud importante. De ese modo, la cámara la sigue y nos permite adentrarnos en el clima del París de los años 60. Filmada en blanco y negro, y con una búsqueda que quiere crear la idea de un tiempo real en el que acompañamos a la protagonista, lo explícito de la ansiedad por los resultados se ve atravesado por una indagación profunda sobre la existencia. La filmación de la película juega con relojes, espejos, y todo se vuelve elocuente de las reflexiones que propone.
Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985)
Una ficción emblemática e inolvidable de su carrera en la que Mona, una adolescente vagabunda interpretada por Sandrine Bonnaire, se vuelve un emblema de rebeldía e inadecuación. En un invierno frío, esta joven atraviesa el paisaje de Nimes. Hay una furia en ella. La estructura de la película nos la muestra desde el principio su muerte, con lo que todo el film nos conduce, a través de flashbacks, a intentar descifrar lo que ha sucedido con ella. Lo social y lo personal vuelven a entrelazarse para dar lugar a un camino distinto que concluye en tragedia. También en este caso Varda realizó un proceso de investigación basado en ir al encuentro de personas que cruzaba en la calle, donde éstos yacían, y con quienes entabló conversaciones acerca su forma de vida. Material que la ayuda a pensar este film que refleja también, desde su arraigado feminismo, a una mujer que quiere quebrar su forma de vida en la sociedad y paga un alto costo por hacerlo. La creación formal del film también aquí se destaca, en los largos travellings de la heroína en el camino y las miradas a cámara de aquellos con quienes se cruza. Sin duda, su estilo siempre se mueve en el pasaje entre distintas formas artísticas y narrativas y este recurso ajeno a la ficción transforma a los personajes en testigos.
Una película que llamó la atención de la crítica y las llevó a obtener una gran cantidad de premios, como ser el León de Oro como directora y el César como mejor actriz para Bonnaire, entre otros.
Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000)
Hablamos en este caso de un documental en el que la realizadora se adentra en la campagne francesa para mostrar las costumbres de recolección en estas zonas rurales, pero también en la gente que va desde las ciudades en busca de su alimento o hasta de material vivo para obras. Nuevamente, el intercambio con la gente le otorga la posibilidad de abrir diversos universos personales que terminan agrupando un conjunto de imágenes que componen un caleidoscopio de lo humano. Filmado con una sensibilidad infrecuente, la cercanía de Varda y su permanente curiosidad sobre el mundo nos ofrece una dimensión más profunda de lo que parece presentarse en un primer momento: la pregunta sobre qué ha ocurrido con la costumbre de espigar que se ha ido perdiendo. En forma de un ensayo visual, ella misma va recolectando imágenes que hilvanan el relato. Es así como logra, desde su gran capacidad artística, hacer un collage de materiales heterogéneos, que va de lo particular y el detalle a cuestiones más universales.
Este film fue considerado en 2014, en una encuesta de la conocida revista Sight and Sound uno de los diez mejores documentales de la historia y tuvo mucho éxito y reconocimiento. Tanto es así que ofreció una segunda parte que se llamó Les Glaneurs et la glaneuse… dos años después (Les Glaneurs et la glaneuse…deux ans après, 2002).
Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008)
Como se dijo, Agnès Varda construye aquí un film autobiográfico. A través de las playas, su espacio elegido del mundo, va atravesando su carrera y su vida, que en su caso son lo mismo. Con fragmentos de sus propios films, y recuerdos de un recorrido personal que va de lo íntimo a sus encuentros tanto fílmicos como personales. Se trata nada más y nada menos que la construcción de una voz, de una mirada sobre el mundo y el devenir del suyo: “En mi vida estuve bien rodeada, en mis espejos encontré a los otros, a los otros y a las playas y a toda suerte de gente. Los he filmado, o no, entendido …o no…admirado…”
Rostros y lugares (Visages, villages, 2017)
La increíble vitalidad de la directora hace posible esta suerte de documental y road movie al mismo tiempo. Montada en una camioneta del fotógrafo urbano conocido como JR, recorren juntos Francia para dejar rastros de los habitantes en cada paisaje. A través de gigantografías, los encuentros humanos del recorrido quedan plasmados en estas fotografías gigantes que se imprimen en los muros, en las piedras, y en cualquier superficie que lo haga posible. Así, surge la idea de que la gente común, los desconocidos, son los que deben narrar la historia. Ronda también allí la cuestión que siempre forma parte del universo de esta creadora, la idea de arte y de su función. Pregunta que para Varda, sin duda hay que pensarla en escala humana. Es por ello, tal vez, que el desencuentro del fin del camino con J.L. Godard, su viejo amigo, sea, por un lado, una enorme pena para ella, pero, a la vez, una posibilidad de que no se produzca el final del viaje. El de ningún viaje.