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CODA

Coda, además de apelar a la conexión musical inevitable del vocablo italiano y la conexión con el fuerte componente musical de la película, son las siglas que refieren a los hijos de padres sordos (Children of deaf adult), como ocurre con la joven protagonista Rudy (Emilia Jones). Se trata en realidad de un nuevo título para una remake de la exitosa de La familia Bélier (Éric Lartigau, 2014) encargada por la propia empresa productora de la original, Pathé. Y se trata de una película típica y atípica al mismo tiempo. Por un lado, posee una construcción clásica de tipo coming-of-age/ feel good movie a la americana, de lo que no reniega, sino que, por el contrario, refuerza a cada paso. De este modo, este film sobre una familia de granjeros fabricantes de queso francés pasa a ser una película de cine americano sobre unos pescadores de Gloucester (Massachusetts) aparentemente mainstream desde el comienzo. Sin embargo, esto último tampoco es del todo cierto. Multipremiada en el festival emblema del cine independiente estadounidense Sundance, y si bien los aplausos y la buena recepción de público y crítica llevaron a Apple + a pagar 25 millones de dólares para contar con ella en su plataforma y se puede estar dirigiendo así a el espacio más propio de la industria, no parte de allí. Si bien, como se dijo, posee elementos narrativos y dramáticos que dialogan, en este caso con una tradición narrativa, es cierto también que no se trata únicamente de esto. La propia directora, Sian Heder, aseguró en gran cantidad de entrevistas que le fueron hechas a partir del éxito del estreno, que, si se hubiera tratado del mecanismo de remake tradicional, no lo hubiera aceptado. En este caso, por el contrario, le fue otorgada la posibilidad de escribir una propia versión del guión. El hecho de dirigir una película por lo menos reescrita por quien va a dirigirla, parece plantear una diferencia a una productora que le entrega el producto que debe “recrear”.

La lengua del otro

Por otro lado, justamente al entablar diálogos con las propias historias y películas, construye una recepción distinta. Es el caso, por ejemplo, de la gran llegada que tuvo el film en experiencias de familias de inmigrantes en EEUU (experiencia que tuvo eco también en el film Minari (Lee Isaac Chung, 2020)). En el caso del film francés, se trata más bien de representar el universo no urbano de una Francia rural, y este impacto de recepción no se produce del mismo modo. Dicho paralelismo no tiene que ver con el tema del film ni con su marco de acción, sino con la cuestión de la lengua. Muchos hijos de inmigrantes sintieron, en este caso, que les hablaba a ellos simplemente por haber sido intérpretes y por tanto contacto con el mundo exterior de sus progenitores. Existe una construcción emocional que es la fibra fundamental del relato y probablemente es cuando se conjugan una y otra cuando el film logra transmitir esa fuerza afectiva. Se encuentra esto en el momento en el que el profesor de coro, el mexicano Eugenio Derbez, le pregunta a Ruby (impactante como actriz y como cantante la joven inglesa EmiliIa Jones), por qué canta. Su respuesta que sólo logra manifestar en lenguaje de señas, como una lengua materna, resignifica lo planteado anteriormente. También el hecho de que toda la familia de la protagonista sea sorda, en la vida real, y no únicamente el hermano, que en esta versión es el mayor, posee una fuerza también de praxis política. No se trata de pensar que pueden un sordo llegar a hacer, sino que aquí eso sucede, no se trata de un mensaje bienpensante sino de un hecho fáctico que busca abrir y ampliar posibilidades. A través de actuaciones conmovedoras, tanto la oscarizada Marlee Matlin por su rol en la romántica Te amaré en silencio (Children of a lesser God, Randa Haines, 1986) entre otras series y películas como su madre, Troy Kotsur, actor y realizador de telefilms como Daniel Durant, actor de teatro y cine, son artistas sordos. Y algo de este plus de lo real se transmite, porque el cine jamás es del todo ajeno a ello. Al tratarse de un film de vínculos, las escenas con su madre cuando conversan sobre su nacimiento, o con su padre cuando apoya su mano para sentirla cantar, poseen especial relevancia. Muchas de las escenas, a su vez, son versiones exactas de la película fuente, con lo que la falta de sorpresa que de por sí deparan esta clase de films, se duplica. Y en todo, la música, que tampoco está ajena al título y que, como en La familia Bélier, lo inunda todo como lenguaje universal. Allí en los temas de Michel Sardou, y en particular en la última canción Je vole, aquí en un variado y destacable repertorio de música angloparlante diseñado y en algunos casos ejecutado y compuesto por Marius de Vries. Como última canción, en este caso, el clásico Both sides now de Joni Mitchell cantada por Emilia Jones. Toda una alegoría de la experiencia vital de la protagonista.

Que se trata de una para llorar (por lo que cada quien necesite, después de todo de esto se trata la catarsis) y para sentir que las cosas son posibles, no hay dudas. Pero cuando esto se hace con honestidad y buenos momentos, tampoco esto tiene por qué ser algo necesariamente malo.

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