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Directoras/Directores

Agnès Varda

30  de mayo de 1928 Ixelles, Bélgica, 29 de marzo de 2019, París, Francia.

La vida de Varda exhala cine en todos sus rincones. Amante de las playas, de las imágenes tanto fijas como en movimiento, del arte en general y de la gente, exploró con enorme libertad las formas creativas. Pasó de ser fotógrafa artística a filmar ficciones y documentales e instalaciones.

Fue desde sus comienzos apodada la “abuela de la Nouvelle Vague”, y se casó con el director Jacques Démy, realizador de hitos como Piel de asno (Peau d’ne, 1970) “Los paraguas de Cherburgo” (Les parapluies de Cherbourg, 1964) y Les demoiselles de Rochefort (Las señoritas de Rochefort, 1967). Luego de una separación, con el realizador enfermo de HIV, es ella quien lleva a cabo la tarea para la que él esta vez no tiene más fuerzas, filmar su vida. En un gesto de amor enorme, es Agnès Varda  acompañada por su ya débil Jacquot, quien filma por él Jacquot de Nantes (1991). Rodada en blanco y negro, la cineasta explora los primeros tiempos del realizador, su infancia en Nantes en el taller mecánico de su padre, con sus inventos cinematográficos que lo hacían viajar más allá.  En su último film, Varda por Agnès (2019), muy cercano a Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008), la artista hace un repaso en forma de clase abierta de su vida y su obra, una suerte de despedida final a su medida.

Tráiler de Varda por Agnès (2019)

FOTOGRAMAS

Momentos de una carrera

La pointe courte

1955

Cléo de 5  à 7

1961

Sans toit ni loi

Sin techo ni ley
1985

La espigadores y los espigadora

Les glaneurs et la glaneuse
2000

Las playas de Agnès

Les plages d’Agnès

2008

Rostros y lugares

Visages, villages
2017

Trabajos

La pointe courte (1956)

Se trata de la primera película de esta realizadora. Su idea surge cuando pasea por la zona pesquera de Sète, ubicada al Sur de Francia, más precisamente por el pueblo que da nombre al film. A la vida cotidiana y las problemáticas que plantean los pescadores, los pone en comunión con la novela de W. Faulkner Las palmeras salvajes. El resultado es un film que combina, de una forma poética y no tradicional, la vida de estos trabajadores con la crisis matrimonial de una pareja, representada por Silvia Monfort y Philippe Noiret. Está filmada en blanco y negro y posee reminiscencias neorrealistas, y su original universo logra poner el foco en esta singular directora.

Cléo de 5 à 7 (1961)

Como cuenta Varda en sus películas autobiográficas posteriores, se trata de un proyecto que le encarga un productor buscando realizar otra película de bajo costo y de buena llegada al público y a los críticos como había sido Sin aliento de J.L. Godard (Au bout de souffle, 1960). Una película sobre la espera, con un juego en dos tiempos, el tiempo objetivo, de cinco a siete de la tarde, y el tiempo subjetivo de una cantante (Corinne Marchand) que espera los resultados de un análisis de salud importante. De ese modo, la cámara la sigue y nos permite adentrarnos en el clima del París de los años 60. Filmada en blanco y negro, y con una búsqueda que quiere crear la idea de un tiempo real en el que acompañamos a la protagonista, lo explícito de la ansiedad por los resultados se ve atravesado por una indagación profunda sobre la existencia. La filmación de la película juega con relojes, espejos, y todo se vuelve elocuente de las reflexiones que propone.

 Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985)

Una ficción emblemática e inolvidable de su carrera en la que Mona, una adolescente vagabunda interpretada por Sandrine Bonnaire, se vuelve un emblema de rebeldía e inadecuación. En un invierno frío, esta joven atraviesa el paisaje de Nimes. Hay una furia en ella. La estructura de la película nos la muestra desde el principio su muerte, con lo que todo el film nos conduce, a través de flashbacks, a intentar descifrar lo que ha sucedido con ella. Lo social y lo personal vuelven a entrelazarse para dar lugar a un camino distinto que concluye en tragedia. También en este caso Varda realizó un proceso de investigación basado en ir al encuentro de personas que cruzaba en la calle, donde éstos yacían, y con quienes entabló conversaciones acerca su forma de vida. Material que la ayuda a pensar este film que refleja también, desde su arraigado feminismo, a una mujer que quiere quebrar su forma de vida en la sociedad y paga un alto costo por hacerlo. La creación formal del film también aquí se destaca, en los largos travellings de la heroína en el camino y las miradas a cámara de aquellos con quienes se cruza. Sin duda, su estilo siempre se mueve en el pasaje entre distintas formas artísticas y narrativas y este recurso ajeno a la ficción transforma a los personajes en testigos.

Una película que llamó la atención de la crítica y las llevó a obtener una gran cantidad de premios, como ser el León de Oro como directora y el César como mejor actriz para Bonnaire, entre otros.

Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000)

Hablamos en este caso de un documental en el que la realizadora se adentra en la campagne francesa para mostrar las costumbres de recolección en estas zonas rurales, pero también en la gente que va desde las ciudades en busca de su alimento o hasta de material vivo para obras. Nuevamente, el intercambio con la gente le otorga la posibilidad de abrir diversos universos personales que terminan agrupando un conjunto de imágenes que componen un caleidoscopio de lo humano. Filmado con una sensibilidad infrecuente, la cercanía de Varda y su permanente curiosidad sobre el mundo nos ofrece una dimensión más profunda de lo que parece presentarse en un primer momento: la pregunta sobre qué ha ocurrido con la costumbre de espigar que se ha ido perdiendo. En forma de un ensayo visual, ella misma va recolectando imágenes que hilvanan el relato. Es así como logra, desde su gran capacidad artística, hacer un collage de materiales heterogéneos, que va de lo particular y el detalle a cuestiones más universales.

Este film fue considerado en 2014, en una encuesta de la conocida revista Sight and Sound uno de los diez mejores documentales de la historia y tuvo mucho éxito y reconocimiento. Tanto es así que ofreció una segunda parte que se llamó Les Glaneurs et la glaneuse… dos años después (Les Glaneurs et la glaneuse…deux ans après, 2002).

Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008)

Como se dijo, Agnès Varda construye aquí un film autobiográfico. A través de las playas, su espacio elegido del mundo, va atravesando su carrera y su vida, que en su caso son lo mismo. Con fragmentos de sus propios films, y recuerdos de un recorrido personal que va de lo íntimo a sus encuentros tanto fílmicos como personales. Se trata nada más y nada menos que la construcción de una voz, de una mirada sobre el mundo y el devenir del suyo: “En mi vida estuve bien rodeada, en mis espejos encontré a los otros, a los otros y a las playas y a toda suerte de gente. Los he filmado, o no, entendido …o no…admirado…”

Rostros y lugares (Visages, villages, 2017)

La increíble vitalidad de la directora hace posible esta suerte de documental y road movie al mismo tiempo. Montada en una camioneta del fotógrafo urbano conocido como JR, recorren juntos Francia para dejar rastros de los habitantes en cada paisaje. A través de gigantografías, los encuentros humanos del recorrido quedan plasmados en estas fotografías gigantes que se imprimen en los muros, en las piedras, y en cualquier superficie que lo haga posible. Así, surge la idea de que la gente común, los desconocidos, son los que deben narrar la historia. Ronda también allí la cuestión que siempre forma parte del universo de esta creadora, la idea de arte y de su función. Pregunta que para Varda, sin duda hay que pensarla en escala humana. Es por ello, tal vez, que el desencuentro del fin del camino con J.L. Godard, su viejo amigo, sea, por un lado, una enorme pena para ella, pero, a la vez, una posibilidad de que no se produzca el final del viaje. El de ningún viaje.

La pointe courte (1956)

Se trata de la primera película de esta realizadora. Su idea surge cuando pasea por la zona pesquera de Sète, ubicada al Sur de Francia, más precisamente por el pueblo que da nombre al film. A la vida cotidiana y las problemáticas que plantean los pescadores, los pone en comunión con la novela de W. Faulkner Las palmeras salvajes. El resultado es un film que combina, de una forma poética y no tradicional, la vida de estos trabajadores con la crisis matrimonial de una pareja, representada por Silvia Monfort y Philippe Noiret. Está filmada en blanco y negro y posee reminiscencias neorrealistas, y su original universo logra poner el foco en esta singular directora.

Cléo de 5 à 7 (1961)

Como cuenta Varda en sus películas autobiográficas posteriores, se trata de un proyecto que le encarga un productor buscando realizar otra película de bajo costo y de buena llegada al público y a los críticos como había sido Sin aliento de J.L. Godard (Au bout de souffle, 1960). Una película sobre la espera, con un juego en dos tiempos, el tiempo objetivo, de cinco a siete de la tarde, y el tiempo subjetivo de una cantante (Corinne Marchand) que espera los resultados de un análisis de salud importante. De ese modo, la cámara la sigue y nos permite adentrarnos en el clima del París de los años 60. Filmada en blanco y negro, y con una búsqueda que quiere crear la idea de un tiempo real en el que acompañamos a la protagonista, lo explícito de la ansiedad por los resultados se ve atravesado por una indagación profunda sobre la existencia. La filmación de la película juega con relojes, espejos, y todo se vuelve elocuente de las reflexiones que propone.

 Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985)

Una ficción emblemática e inolvidable de su carrera en la que Mona, una adolescente vagabunda interpretada por Sandrine Bonnaire, se vuelve un emblema de rebeldía e inadecuación. En un invierno frío, esta joven atraviesa el paisaje de Nimes. Hay una furia en ella. La estructura de la película nos la muestra desde el principio su muerte, con lo que todo el film nos conduce, a través de flashbacks, a intentar descifrar lo que ha sucedido con ella. Lo social y lo personal vuelven a entrelazarse para dar lugar a un camino distinto que concluye en tragedia. También en este caso Varda realizó un proceso de investigación basado en ir al encuentro de personas que cruzaba en la calle, donde éstos yacían, y con quienes entabló conversaciones acerca su forma de vida. Material que la ayuda a pensar este film que refleja también, desde su arraigado feminismo, a una mujer que quiere quebrar su forma de vida en la sociedad y paga un alto costo por hacerlo. La creación formal del film también aquí se destaca, en los largos travellings de la heroína en el camino y las miradas a cámara de aquellos con quienes se cruza. Sin duda, su estilo siempre se mueve en el pasaje entre distintas formas artísticas y narrativas y este recurso ajeno a la ficción transforma a los personajes en testigos.

Una película que llamó la atención de la crítica y las llevó a obtener una gran cantidad de premios, como ser el León de Oro como directora y el César como mejor actriz para Bonnaire, entre otros.

Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000)

Hablamos en este caso de un documental en el que la realizadora se adentra en la campagne francesa para mostrar las costumbres de recolección en estas zonas rurales, pero también en la gente que va desde las ciudades en busca de su alimento o hasta de material vivo para obras. Nuevamente, el intercambio con la gente le otorga la posibilidad de abrir diversos universos personales que terminan agrupando un conjunto de imágenes que componen un caleidoscopio de lo humano. Filmado con una sensibilidad infrecuente, la cercanía de Varda y su permanente curiosidad sobre el mundo nos ofrece una dimensión más profunda de lo que parece presentarse en un primer momento: la pregunta sobre qué ha ocurrido con la costumbre de espigar que se ha ido perdiendo. En forma de un ensayo visual, ella misma va recolectando imágenes que hilvanan el relato. Es así como logra, desde su gran capacidad artística, hacer un collage de materiales heterogéneos, que va de lo particular y el detalle a cuestiones más universales.

Este film fue considerado en 2014, en una encuesta de la conocida revista Sight and Sound uno de los diez mejores documentales de la historia y tuvo mucho éxito y reconocimiento. Tanto es así que ofreció una segunda parte que se llamó Les Glaneurs et la glaneuse… dos años después (Les Glaneurs et la glaneuse…deux ans après, 2002).

Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008)

Como se dijo, Agnès Varda construye aquí un film autobiográfico. A través de las playas, su espacio elegido del mundo, va atravesando su carrera y su vida, que en su caso son lo mismo. Con fragmentos de sus propios films, y recuerdos de un recorrido personal que va de lo íntimo a sus encuentros tanto fílmicos como personales. Se trata nada más y nada menos que la construcción de una voz, de una mirada sobre el mundo y el devenir del suyo: “En mi vida estuve bien rodeada, en mis espejos encontré a los otros, a los otros y a las playas y a toda suerte de gente. Los he filmado, o no, entendido …o no…admirado…”

Rostros y lugares (Visages, villages, 2017)

La increíble vitalidad de la directora hace posible esta suerte de documental y road movie al mismo tiempo. Montada en una camioneta del fotógrafo urbano conocido como JR, recorren juntos Francia para dejar rastros de los habitantes en cada paisaje. A través de gigantografías, los encuentros humanos del recorrido quedan plasmados en estas fotografías gigantes que se imprimen en los muros, en las piedras, y en cualquier superficie que lo haga posible. Así, surge la idea de que la gente común, los desconocidos, son los que deben narrar la historia. Ronda también allí la cuestión que siempre forma parte del universo de esta creadora, la idea de arte y de su función. Pregunta que para Varda, sin duda hay que pensarla en escala humana. Es por ello, tal vez, que el desencuentro del fin del camino con J.L. Godard, su viejo amigo, sea, por un lado, una enorme pena para ella, pero, a la vez, una posibilidad de que no se produzca el final del viaje. El de ningún viaje.

Martin Scorsese

17 de noviembre de 1942  Queens, Nueva York, EEUU.

Martin Charles Scorsese nació el 17 de noviembre de 1942 en Queens, Nueva York, pero creció en el barrio de Little Italy de la misma ciudad. Su familia estaba compuesta por sus padres Luciano Charles Scorsese y Catherine Cappa, de origen siciliano, y su hermano mayor Frank.  Era un chico con asma por lo que lo mantuvieron alejado de actividades más deportivas, y lo acercaron al mundo del cine, y también de la religión. Según lo que él mismo cuenta la primera película que vio en su vida, a los cuatro años, fue el western Duelo al sol de (Duel in the Sun, King Vidor,1947).

Desde que se muda junto a su familia a Little Italy, sus padres intentan salvar al pequeño “Marty” de las peligrosas calles del barrio, y, como confiesa en la entrega del premio a su trayectoria en el Festival Nacional de cine de Marruecos en el 2005, la iglesia y el cine eran los únicos lugares a los que le permitían asistir.  Entonces, además de concurrir asiduamente al cine, también ingresó a la iglesia. Su período como seminarista duró de los once a los diecisiete años (cuando según afirmaciones suyas fue expulsado), y finalmente pudo más su fascinación por el cine.

Es por ello también que, aunque muchos de sus relatos parecen más bien un culto a la violencia y al universo gansteril, en su rol de realizador siempre pensó sus producciones cinematográficas en relación a cuestiones religiosas, en particular, a una idea de redención.

En busca de un cine que pueda existir también por fuera del sistema de los estudios hollywoodenses, queda fascinado al ver expresiones de libertad artística tanto en el cine de autor europeo como americano, lo que lo inspira de distintas formas como creador. Luego de comenzar a filmar por cuenta propia algunos cortos, en el año 1963, se inscribe a la Universidad de Nueva York para estudiar cine oficialmente.

Su primer largometraje fue ¿Quién golpea a mi puerta? (Who’s That Knocking at My Door? 1968), un drama con Zina Bethune y Harvey Keitel. De allí en adelante, vinieron más de veinte películas, piezas fundamentales de la historia del cine.

Los premios durante toda su carrera son incontables, llamativamente es ganador de un solo Oscar, por Los Infiltrados (The Departed, 2006) que le fue entregado por sus colegas Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg. Posee también el premio otorgado por los Directores de Estados Unidos y el galardón honorífico Cecil B. DeMille por su carrera. Fue además condecorado con la Legión de Honor francesa en 1987 y en su rol de restaurador se dedicó especialmente a la preservación de películas importantes de la historia del cine, y con este fin funda con otros colegas la fundación World Cinema Foundation para la preservación de material cinematográfico clásico.

Tuvo cinco matrimonios, el tercero con la hija de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman, Isabella Rossellini y tuvo en total tres hijas, las tres actrices. También hizo trabajar a sus padres en sus películas, como en la primera etapa de su carrera, cuando los entrevista y filma con una cámara más casera, de 16mm, en el documental Italoamericanos (Italianamerican, 1974).  Fruto de estas conversaciones surge un libro homónimo en el que se incluye un recetario de su madre Catherine, en donde ocupa como en el documental, un lugar muy importante la correcta elaboración de albóndigas.

El cine le permitió acercarse a otra devoción, el rock, con grandes documentales como No direction home: Bob Dylan (2005) y Shine a light (2008) sobre los Rolling Stones. También se acercó a través del cine a su amor por este arte, en este caso el italiano, lo que queda plasmado en su documental Mi viaje a Italia (Il mio viaggio in Italia, 1999), que compone el recorrido emotivo y de formación de un cinéfilo devenido realizador.

Pero Scorsese no sólo ocupó su lugar tras las cámaras, sino que hizo numerosos cameos en muchas de sus películas, y tuvo apariciones en films de otros como Cannonball de Paul Bartel y Quiz Show de Robert Redford. Pero un rol particularmente destacable es, en el episodio “Cuervos” del film de Akira Kurosawa Sueños (Koma yume wo mita, 1990), el rol de Vincent Van Gogh viajando por sus cuadros.

Por un momento se creyó que El irlandés (2019) podía ser la coronación de una filmografía excepcional, sin embargo, Leonardo Di Caprio, que fue el encargado de entregarle un reconocimiento a la carrera a Robert De Niro en los premios del Sindicato de Actores (SAG) de este mes, ya confirmó que es un honor trabajar junto a él en la próxima película de Martin Scorsese: Killers of the flower moon que evidentemente unirá a dos de sus actores centrales.

Georges Méliès en La invención de Hugo Cabret

FOTOGRAMAS

Momentos de una carrera

Taxi driver

1976

Toro salvaje

Raging bull
1980

Buenos muchachos

Goodfellas
1990

La edad de la inocencia

The age of innocence
1993

Los infiltrados

The departed
2006

Hugo

La invención de Hugo Cabret
2011

Trabajos

Taxi driver (M. Scorsese, 1976)

Una película trasnochada escrita por Paul Schrader y protagonizada por Robert de Niro que es Travis Bickle exmarine de Vietnam que se encuentra solo en el New York de los años 70. Con insomnio y pocas más actividades que consumir cine porno, decide empezar a recorrer las noches con un taxi mientras se fascina con la violencia que le permitirá ser visto. El propio De Niro, ensayando para su personaje, anduvo en horario nocturno por las calles de esa ciudad en un taxi. Su gesto de redención es intentar salvar a una niña prostituta (una debutante Jodie Foster de doce años) de su proxeneta (Harvey Keitel). La célebre escena en la que se prepara para asesinar a un candidato presidencial mientras se mira al espejo, es una de las más recordadas, ¿con su provocadora frase “- You are talking to me?”, que se supo luego no estaba marcada en el guión sino que fue una improvisación de De Niro. Un relato duro y sórdido sobre un paisaje urbano hostil, que se actualiza hoy, junto con la injustamente olvidada El rey de la comedia (The King of comedy, 1983) (con la misma dupla Scorsese-De Niro y Jerry Lewis), por su influencia en Joker (Todd Philips, 2019).

Esta película fue un punto de giro para transformarse en un director de culto y cada vez más reconocido, al recibir por ella la Palma de Oro en el Festival de Cannes y cuatro nominaciones a los premios Oscars, de los cuales fueron entregados a Jodie Foster como mejor actriz de reparto y a Bernard Hermann por la música. En este film como en Toro Salvaje, Scorsese explora el punto de vista y la construcción de un realismo psicológico muy ligado a la conciencia y obsesiones de los protagonistas.

 

Toro salvaje (M. Scorsese, 1980)

Luego de la resonancia que había tenido Taxi Driver, y el fracaso económico de New York, New York, Scorsese cayó en un pozo que incluyó adicciones y hasta una internación por hemorragia interna que dicen revistió de gravedad. De Niro habría sido un amigo inquebrantable que ayudó para ponerlo en situación de poder filmar un nuevo guión de Paul Schrader, quien había escrito también el guión de Taxi Driver. Se trataba de una transposición del libro autobiográfico del boxeador Jake La Motta, titulado “Raging bull: My story”. Esta historia de autodestrucción, caída y soledad convocó especialmente a este director que se identificó rápidamente con la historia y que contó con el apoyo incondicional de su actor fetiche.

Este boxeador italoamericano logra llegar a la cima (fue campeón del mundo de peso medio en 1949) después de mucho esfuerzo y con la ayuda de su hermano Joey (Joe Pesci). Sin embargo, como indica el mito del héroe, la caída está cerca. Cuando vive su éxito, paradójicamente es cuando más pronunciada es la destrucción de su vida personal y familiar y más se aprecian sus temores, complejos e imposibilidades.

Una entrega actoral muy grande de Robert de Niro que le valió el Oscar a mejor actor y un film en blanco en negro (destacable la fotografía de Michael Chapman) y que utiliza las metáforas de caída y resistencia del ámbito del boxeo como sinécdoque de la vida. Se trata de la primera nominación al Oscar como mejor director para Scorsese que considera para que es aquí cuando más se acerca a la construcción de la redención en su filmografía. Se refiere al final, cuando LaMotta se mira al espejo y se da algo así como una aceptación de su ser.

Buenos muchachos (M. Scorsese, 1990)

La película sigue el ascenso y caída de tres delincuentes durante tres décadas. Fue protagonizada por Ray Liotta (Henry Hill), Robert De Niro (Jimmy “The Gent”Conway), Joe Pesci (Tommy Devito) ganador del Oscar por mejor actor de reparto, conformaron un elenco difícil de olvidar.

Un joven de los años 50, Henry, vive fascinado con el mundo de los gánsters y termina ingresando a él y va creciendo en ambición y rango dentro de la organización. Una escena paradigmática y, de inolvidable contraste de Buenos muchachos es aquella en la que la madre del realizador, como madre italiana (que era) se encuentra reunida para la cena alrededor de la abundante mesa con los tres mafiosos Henry, Jimmy y Tommy. Ellos vuelven de hacer un “trabajo” y mientras cenan y conversan de asuntos menores tienen un cadáver en el baúl del auto.

Los códigos mafiosos en todo su esplendor y una violencia desbordante lo hacen un film paradigmático para el género y para el director, que establece una estrecha conexión en su última película El irlandés (2019).

La edad de la inocencia (M. Scorsese, 1993)

Es la expresión del gran talento de Scorsese, dado que se trata de una película completamente distinta a lo que él estaba acostumbrado a filmar. Y logra una cinta exquisita, contenida y sobria pero colmada de sentimiento amoroso como en las novelas del S. XIX. Está basada en una novela de Edith Warton que fue publicada en  1920 y un año después recibió el premio Pulitzer. Nos encontramos en la alta sociedad neoyorquina en 1870, y la llegada de una mujer distinta para la época, la condesa Ellen Olenska, divorciada, interpretada por una Michelle Pfeiffer que nos hace recordar su papel en Relaciones peligrosas (Dangerous liaisons, S. Frears, 1988) rompe el todo equilibrio, también el de la comprometida pareja formada por su sobrina May Welland, Winona Ryder ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto por este rol, y  Newland Archer (Daniel Day-Lewis en una de sus certeras actuaciones). La escena del breve encuentro entre la condesa y Archer en el carruaje, o aquella definitoria en la que se decide si se dará o no rienda suelta al sentimiento amoroso a partir de un mínimo giro dejan claro que la posibilidad de crear una intensidad nada tiene que ver con lo que se devela, sino más bien al contrario.

Un trabajo de eximia puesta en escena, filmada con plantos lentos, elegantes travellings, con una fotografía rigurosa y envolvente de su colaborador habitual M. Ballhaus,

Un triángulo amoroso, pero también una reflexión sobre lo estable y lo efímero, la pasión y las normas sociales y, sobre todo, sobre todo aquello a lo largo del tiempo.

 Los infiltrados (M. Sorsese, 2006)

Se basa en el trabajo de transposición del escritor estadounidense William Monahan sobre el film de Hong Kong Infernal affairs ( A. Lau, A. Mak, 2002) pero que incluye además arduas investigaciones pro parte del guionista del mundo delictivo americano.

Este film puso de alguna manera a Scorsese en un lugar de privilegio ya no solo como cineasta de culto sino también en términos masivos en la industria hollywoodense (lo que puede pensarse en películas algo más comerciales del estilo de Cabo de miedo (Cape fear, 1991) o La isla siniestra (Shutter island, 2010) pero que no pierden en absoluto sus búsquedas y motivos creativos.

Un policía del sur de Boston, Billy Costigan (L.Di Caprio), trabaja de forma clandestina para poder infiltrarse en la organización de la pandilla de Frank Costello, jefe de la mafia irlandesa (J. Nicholson), protector de Colin Sullivan (M. Damon) que junto con Billy Costigan (DiCaprio) sin conocerse, se entrenan en la State Police Academy, puesto que éste último es, por su parte, un gánster infiltrado.

Un protagónico de Di Caprio, el otro actor referencial para este director, con un contrapunto impecable con Damon, en el que éste último asciende y el primero parece ahogarse en las incertidumbres de una ley que no protege.

Un policial de factura clásica, una reflexión sobre la lealtad, la traición, la soledad, en el que las infiltraciones van construyendo una ambigüedad moral, terreno de exploración frecuente de Scorsese, construido en base a un ritmo conciso y vertiginoso.

Fue ganadora de cuatro Oscars fundamentales, el único en la carrera como mejor director para Scorsese, mejor película, mejor guión adaptado y mejor montaje por la fundamental Telma Schoonmaker, que ya lo había ganado junto a él por Toro Salvaje(1980) y El aviador (2004), que siempre es la mano derecha fundamental para establecer la narración y ritmos de las películas de este director, aun en la actualidad.

Hugo (M. Scorsese, 2011)

Scorsese vuelve a innovar buscando en los nuevos recursos cinematográficos la oportunidad de homenajear al cine en un film en 3D con un inolvidable comienzo en el que nos sentimos trasladados a la estación parisina de Montparnasse en los años 30.

Parte de un guión de John Logan que se basa en el libro La invención de Hugo Cabret de Brian Selznick para narrar la historia de uno de los pioneros del séptimo arte, Georges Méliès, un prestidigitador que hizo de la puesta en escena y el montaje, dispositivos fundamentales para traer magia al universo cinematográfico. En la realidad fue un periodista francés quien encontró al artista con poco dinero, olvidado, vendiendo juguetes y golosinas en aquella estación. Se trata, a la vez, de una historia de iniciación de dos niños, Hugo (Asa Butterfield) un huérfano que vive en el ático dándole cuerda al reloj de la estación y la nieta del vendedor de puesto Isabelle (Chloë Grace Moretz). Georges Méliès está interpretado por el actor Ben Kingsley. El descubrimiento de la historia del cine por parte de los jóvenes dará lugar a una historia llena de ternura, belleza y fantasía dirigida tanto a un público adulto como infantil, que nos recuerda que no por casualidad el invento se tornó arte, y que Méliès fue quien trajo una libertad creativa inusitada que albergó literalmente en un palacio de cristal. Un nuevo homenaje de Scorsese al cine, a su historia y a un hombre que se dejó llevar por la creación artística más allá de todo interés personal.