El padre
En esta adaptación al cine, ópera prima, de su pieza teatral El padre, Florian Zeller (El hijo, La madre, La mentira) ahonda en un personaje que tras haber sido un respetado ingeniero ha perdido las referencias y se encuentra en un estado de confusión. Anthony Hopkins (Anthony también en el film) junto con Olivia Colman (La favorita, The Crown) es quien nos arrastra a este recorrido tan desolador como implacable mediante un despliegue actoral. Película nominada a 6 premios Oscars, terminó recibiendo justamente el de mejor actor para Hopkins (aun cuando se esperaba que fuese un premio póstumo para Chadwick Boseman) y el de mejor guión adaptado para el propio director y autor de la obra y de su coguionista, el experto Chistopher Hampton, dramaturgo, guionista y director británico (Relaciones peligrosas, Expiación: Deseo y pecado/ Sunset boulevard).
La obra teatral había tenido una versión nacional con Pepe Soriano en el rol principal y resulta enriquecedor haberla visto en teatro y pensar en su transposición al cine. A primera vista, resulta tentador pensar que posee una estructura muy teatral, también por la importancia fundamental de la palabra, las actuaciones y el espacio (escénico). Sin embargo, para hacernos transitar esta experiencia perceptiva, es fundamental el diálogo que se pone en escena entre ambas formas artísticas. Lejos del teatro filmado y de una cámara fija, nos encontramos aquí con una elaborada construcción del montaje por parte del experimentado Yorgos Lamprinos, con una cámara en movimiento de tipo steadycam y el primer plano cinematográfico, el plano-afección al que hacía mención el filosofo Giles Deleuze en sus escritos sobre cine. La construcción del ritmo y los momentos de desolación y pérdidas de referencia absolutas parecen moverse entre géneros, en el espacio entre el drama emocional y el suspenso narrativo.
A partir de la observación del avance del deterioro de su abuela, Zeller construye una ficción basada en pensar cómo ella lo habrá vivido, lo que implica un acercamiento emocional que borra la distancia de la falta de comprensión logrando una profunda empatía. Un reloj, un cuadro, las personas y sus rostros, el tiempo y el espacio, todo se vuelve relativo y son precisas narraciones propias para poder explicarse lo que sucede. Narraciones que se encuentran en tensión permanente con lo real, lo que lleva a la queja de Anthony porque siente que no le hablan como el hombre inteligente que es.
Una construcción sólida que nos recuerda que para lograr una experiencia inmersiva para el espectador a veces no hace falta más que construir un relato orgánico y genuino que tenga la valentía de conducirnos allí donde nadie quiere ir.