Las 3 de Netflix
El poder del perro, Coda y los Oscars
Este domingo 28 son los Oscars y siempre es bueno pensar qué es lo que se define con ellos. Por supuesto, se trata de un premio de la industria hollywoodense, que, sin embargo, con la inclusión de mayor cantidad de prensa extranjera, tiene, digamos, una ampliación de miras. Por supuesto, lo sucedido con Parásitos el año pasado da cuenta de ello. Sin dejar de lado, claro está, cuestiones referidas a empresas distribuidoras y ese tipo de cosas.
Sin embargo, tal vez, lo interesante siempre es preguntarse que se pone en juego con esta gala que tanta gente ama y tanta otra ama odiar. Tal vez, lo que se destaca sobre todo es la posibilidad de pensar una suerte de “estado de cosas”. Es decir, problematizar qué se premia (o se deja de premiar) en cada caso, y, sobre todo, cuáles pueden ser las razones cinematográficas pero, también, extra-cinematográficas para hacerlo. Porque le guste a quien le guste, en términos económico-culturales, se marca agenda de lo que se habla (y se ve) por mucha gente en el mundo. Y de mucha gente que se esfuerza denodadamente para sostener los márgenes, y otras experiencias cinematográficas posibles.
Podemos pensar, por ejemplo, en qué implica si, pese a los favoritismos críticos hacia El poder del perro, le otorgaran la estatuilla a Coda, o viceversa, ¿o a alguna de las otras de las nominadas?
En el caso de las primeras, por un lado, tenemos una mirada femenina y distanciada de la directora neozelandesa Jane Campion (que cuenta en su haber el “hito histórico” (sí, crease o no es un hito histórico, de esto también se trata aquí) de haber sido dos veces nominada al Oscar y ganadora de la Palma de Oro en Cannes The piano/El piano/ La lección de piano (1993).
La mirada precisa y el desmontaje critico de un género fundante respecto de la construcción de la identidad de una nación como la norteamericana organizada a través de la representación del cowboy, el territorio sus fronteras y sus otros. Sin embargo, en este western tardío, o “postwestern” como eligió definirlo la propia realizadora en el festival de Venecia al recibir su premio a mejor dirección, mostrando así que no rehúye del debate, sino que, por el contrario, lo plantea. Como debate, como mirada rigurosa que, a través del género, se permite pensar en qué valores representacionales lo construyen.
¿Cómo no va a molestar a tantos una película como ésta?
Una película que corre los miedos del afuera, de los “indios” que atacan y aquí, ya en la Montana de 1925, caminan al margen del camino y coloca un espejo en los temores internos y los estereotipos que los disfrazan. Qué se pregunta sobre el poder, sobre pulsiones de muerte…
¿O es casual que un “viejo vaquero” como Sam Elliot haya salido a denostar esta mirada y se haya referido a bailarines tipo “chippendales” que no están en el Oeste americano sino en Nueva Zelanda (sobre esto vale la pena mirar el corto que acompaña al film en Netflix. El miedo, es lo que reprimen y sobreactúan, y eso genera violencia, parece responder Jane Campion. Hablamos de masculinidad tóxica, le espeta Benedict Cumberbatch.
Por el otro lado, Coda (Child of deaf adult) de Sian Heder, remake de La familia Bélier (2014), gran triunfadora en el festival Sundance no mira hacia el pasado, sino que da esperanza en la posibilidad de un futuro de comprensión y aceptación de diferencias. Proveniente de una familia sorda, Ruby (fantástica Emilia Jones), les hace de intérprete y lucha, a la vez, por no perderlos y poder cantar en el mundo que la rodea. Con banda sonora original, con circulación de afectos y emoción, tal vez muchos sientan que el mensaje, en los tiempos que corren, la respalda. El premio a mejor actor de reparto para Troy Kotsur parece, a juzgar por cómo viene la temporada de premios, un número fijo.
La estrofa de la bella canción de Joni Mitchell, que Ruby interpreta al final, dejan en claro el mensaje.
Algo así como:
“He mirado la vida desde ambos lados ahora
Desde el ganar y desde el perder
Y todavía de alguna manera
son las ilusiones de la vida
que vienen a mi memoria”
Ahora bien, dicho todo esto, al ver ambas películas, ¿existe alguna duda sobre cuál “debería” ser reconocida si sólo de cine se tratara?