En cartel
Martin Eden
Podemos ubicar a esta película, como un rara avis dentro de la cartelera cinematográfica local que por motivos por todos concedido intenta apostar a películas redituables en términos de taquilla luego de haber permanecido cerradas a causa de la pandemia. Un fenómeno que dista de ser local y que viene cambiando las formas de distribución y exhibición, sumando a las plataformas de streaming como espacios de estrenos de muchos films y, a la vez, con muchos otros que quedaron en el camino y no llegaron a verse ni en una ni en otra forma.
La película fue galardonada en la sección Platform del festival de Toronto, y el protagonista del film, Luca Marinelli, fue distinguido con la Copa Volpi al mejor actor en la Competencia Oficial del Festival de cine de Venecia 2019 por su encarnación descomunal del Martin Eden del título. Si bien recibió en su estreno críticas unánimes y se publicaron sendas entrevistas al director Pietro Marcello, aun así, finalmente poco público la vio. Una verdadera pena porque se trata de, sin lugar a dudas, una de las mejores del año, y es también, como a veces se dice que tiene que pasar con las grandes obras, un homenaje a la historia del cine. En principio, se trata de una transposición de la novela homónima de Jack London. Este pasaje de la literatura al cine se presenta fiel al espíritu del original y alejado en su origen y referencias. Mientras que la novela de London, una novela distinta a sus obras anteriores como El llamado de la selva, El lobo de mar y Colmillo blanco, escrita por entregas entre 1908 y 1909, es conocida como la novela de los autodidactas, como es el protagonista y lo fue el escritor. Sin embargo, posee también importantes diferencias y el autor aseguraba que la novela no fue entendida en su momento como la crítica al individualismo que en realidad era. Todo esto en el marco de los EEUU, y en lo que el director, tomando la expresión del historiador inglés Eric Hobsbawn, llama el “siglo corto”, que se extiende desde la Primera Guerra Mundial y la caída del Muro De Berlín. El cineasta italiano sostiene esta mirada al siglo XX, pero la traslada al continente europeo, más precisamente a Nápoles, a sólo 40 km de su Caserta natal.
De esta forma, todo el horizonte identitario, cultural y social se ve modificado. Por ello también los autores a los que se hace referencia, salvo una licencia: Herbert Spencer, inspirador del darwinismo social, que, como explica, en realidad aún no había ejercido influencia en estas tierras, pero era fundamental para la trama. Como en Lazzaro felice (Alice Rohrwacher,2018), el súper 16 mm en el que está filmada la película, le da un aspecto donde se aprecia el granulado de la textura de la imagen, y también como aquellos numerosos directores italianos parecen estar homenajeados a su paso. Dándole lugar a los desposeídos, por momentos parece que estamos frente a un film de Pasolini o de Visconti, cuando vemos a la familia de clase alta, culta, a la que Martin en un principio desea pertenecer. Pero hay también un trabajo con el material archivo, en la mayoría napolitano, con distintos tratamientos de la imagen, que se insertan en la ficción dialogando con la trama y multiplicando sus sentidos. Los orígenes del director Marcello son en el documental y su diálogo con las distintas formas, en todo el film, no hacen más que enriquecerlo. Como en las primeras imágenes de los motines del 1 de mayo de 1920 del anarquista italiano Enrico Malatesta, que junto con la grabación de Martin: “Y mi fuerza es temible mientras tenga el poder de mis palabras para contrarrestar la del mundo. Quienes construyen cárceles no se expresan tan bien como quienes construyen libertad “, parecen abrir, aunque todo conjure en su contra, un atisbo latente de esperanza. También lo hacen un par de vínculos que entabla, y la manifestación de amor al cine y sus búsquedas poéticas que películas como ésta manifiestan.