Las 3 de Netflix
Parásitos
(Bong Joon-ho, 2019)
Durante el último festival de Cannes una película surcoreana sorprendió llevándose el premio mayor, la Palma de Oro que todos pensaban iría para Almodóvar y su conmovedora autoficción Dolor y gloria (2019), que sí le dio el premio a mejor actor a Antonio Banderas con una actuación sorprendente. Lo que siguió, el batacazo histórico en los Oscars, en donde consigue llevarse, a la vez, el premio a mejor película, mejor director y mejor película extranjera, ya es historia conocida.
Es probable que el hecho de que se trate del film cumbre de este director surcoreano, innegablemente el mejor de su producción pero, sobre todo, su sintonía los tiempos contemporáneos, tenga que ver con su impacto en la crítica, las premiaciones y con la aceptación del público. Un film tan desbordado como inteligente, que hace cine sin control, que termina de constituirse cuando pierde todo orden y razón, porque es justamente allí cuando se torna claro e implacable.
El director de este film, Bon Joon-ho, es un experto en el cine de género, lo que se despliega con mucho talento en este film singular. Un elemento clave es la carrera del realizador. Es que antes de ser director de cine (se recibe en la Universidad Coreana de Cine), estudió la carrera de Sociología en la Universidad de Yonsei. Esto y su amor por el cine de género hollywoodense son clave a la hora de atravesar las creaciones a lo largo de su carrera. En películas como Memories of murder (Memorias de un asesino, 2003), The host (2006) Mother (2009), y Snowpiercer (2013), los temas relativos a la violencia, las diferencias sociales y la exploración genérica ya se despliegan. Esta veta es fundamental para pensar cómo se construye sentido en este relato diferente y a la vez muchas veces transitado por el arte: la desigualdad. Pero para poder pensarlo aquí, hay que acceder a los distintos niveles que se van construyendo cuando, parece, a primera vista, tratarse de una suerte de comedia negra. En un primer momento, conocemos a la familia Kim que, por problemas económicos que tuvieron que atravesar, descendieron en su nivel de vida (y en términos literales). Este tópico del descenso se irá elaborando durante todo el film de distintas formas. Por un lado, viven en llamado semisótano, debajo del nivel del suelo. Sin actividades, sus vidas transcurren intentando “pescar” internet gratuita, aprovechar una fumigación para liquidar a los insectos con los que viven en la que finalmente ellos son fumigados, y haciendo changas como doblar cajas de pizza de cartón a través de las indicaciones de un tutorial cuando consiguen wi-fi. Como dice el director en varias entrevistas, el auge tecnológico aceleró la producción de su país, pero, a la vez, no pudo revertir las brechas sociales. Más bien al contrario. Es por ello, que, del otro lado de la ciudad, se encuentra la pudiente familia Park, que habita en una casa que ocupará un lugar nodal. La misma fue construida especialmente para la película, y representa el lugar fundamental que ocupa la puesta en escena en la lógica de esta película. En efecto, la construcción del espacio será un rasgo fundamental y no sólo respecto al eximio nivel formal que se logra, sino para poner en imagen estas diferencias y desigualdades que problematiza. Es por ello que el film logra plasmar tan claramente sus ideas y, a la vez, mostrar un lenguaje cinematográfico magistral con la ayuda del director de fotografía Kyung-Pyo Hong. En ciertos rasgos de la construcción del mismo, sobre todo en un primero momento, hace pensar en la ganadora de la Palma de Oro del año pasado, la encantadora Somos una familia (Manbiki kazoku / Shoplifters Hirokazu Kore-eda, 2018)
Las escaleras, los marcos y líneas de la casa versus el desorden y la irregularidad del entorno de los Kim componen una síntesis absoluta. La familia Kim podrá acceder a la casa a través de un ex-compañero de estudio del hijo, Ki-woo que lo busca para que lo cubra dando clases de inglés a la niña Park. Se revela también aquí que hubo intentos de los hermanos por formarse, más allá de las coyunturas, y pareciera que Joon-Ho coloca en ello una de las pocas esperanzas actuales. El momento en el que el muchacho se va de su casa y accede al hogar de su alumna la conjunción de planos es elocuente. En primero es desordenado, oscuro, y, en el otro, cuando asciende hacia ella, el encuadre se equilibra e ilumina. La imagen es límpida y cuando ingresa a la misma, los reflejos de la luz casi que no dejan ver. El propio director declaró que su experiencia dando clases en una casa de una familia pudiente lo ayudo a construir esta idea de la ficción junto con su coguionista Jin Won Han.
Sin embargo, en la casa de los habitantes de la residencia, la buena posición y el orden aparente tampoco es lo que parece. Ya desde el principio, la madre duerme en una mesa del jardín, el ama de llaves la despierta con un aplauso y ella se reincorpora como una muñeca de una caja musical. Si bien en lo de las Park todo parecería ser el modelo de una familia y del buen vivir, poco a poco se nos van mostrando ciertas costuras que dan cuenta de un armado más superficial de lo que podría pensarse. El padre trabaja en una empresa fuera de casa y ella es la encargada del hogar y los chicos, secundada por su ama de llaves, y de profesores para colaborar con la formación de los niños en distintos planos. No existe un momento del film en el que podamos percibir la comunicación de la madre con sus hijos, aunque se ocupe de ellos. Un factor disruptivo innegable es el niño, Da-Song, que por eso es un factor de preocupación. Él ve lo que demás en la casa no ven (y huele), el que decodifica el código morse del ama de llaves y su marido escondido. Constituye un síntoma de todo lo que no pueden ver sus familiares, y por ello preocupa a su madre, a quien la teoría de que el niño posee una zona patológica le cierra perfectamente porque “ha visto un fantasma”. Esta teoría será brindada por la hábil hermana de Ki-wo, Da-hye, que será la que termine dándole clases de arte al pequeño artista y que aplica también algunos supuestos conceptos de una suerte de psicología del arte aplicada a través de información, cuando no, obtenida en la red. Ironía mediante, el niño estará más calmado y contenido con ella, que lo hace dibujar y lo acompaña. Antes de ello, era la representación del “salvaje “que andaba tirando flechas por la casa, porque los mitos y las compras, se muestra, vienen en este ambiente de los EEUU.
Poco a poco, la familia Kim luchará sin tregua y sin límites para acceder toda ella a la residencia a pesar de sus pares, otros trabajadores de la casa o los familiares de estos que surgirán de improviso. Esta guerra de iguales tampoco es casual en el cine de este director, que refleja de este modo la pérdida de empatía y solidaridad en una lógica darwiniana de supervivencia del más apto que dice se ha instalado. De este modo, el punto de giro de la película, que parecía plantear una vuelta al orden inicial, se aleja absolutamente de ello y muestra hasta qué punto es desde el exceso, el caos como la plasmación de la violencia contenida que irrumpe, que el film encuentra su forma. El estallido se da no sólo en términos de trama, sino también de hibridación de géneros que se estiran, se deforman y abren paso a otros. De la comedia negra, la sátira y el drama familiar se pasa a una suerte de policial, y, en la escena cumbre de masacre en el jardín, el western. Este surgimiento no es casual ni inocente, puesto que el western ha sido siempre mucho más que una construcción iconográfica del Lejano Oeste. Por el contrario, se trata también de una representación ideológica en donde el espacio queda también de manifiesto en la separación entre lo “salvaje” y lo “civilizado”. Pero antes de este momento, existen tres grandes motivos en los que hay que hacer hincapié. El camino a la casa luego del gran diluvio, la familia Kim atraviesa la diferencia en carne propia, a través de túneles y escaleras, que claro, descienden, constituye un golpe letal e irreversible. Es en ese momento, en el que, desalojados en el gimnasio, el padre, que venía prometiendo un plan, asegura que es mejor no tener ninguno. Escondidos en casa de los Kim, él escuchó de más, mientras el señor Park se refería a quien cruza o no la línea, y a un olor que él emanaría. Es nuevamente el niño Park quien une a toda la familia Kim dicen do que tienen el mismo. El primer y el último plano de la película refleja una mínima ventana del semisótano y un pequeño tender circular con medias. La comparación del olor a subte también referido parece apuntar a la humedad en la que ellos viven. Sin embargo, no existe duda de que adquiere un valor significante intrínseco que da cuenta de la diferencia de clases y que para Ki-taek remite a una humillación de la que no podrá desprenderse. Por último, y en el mismo sentido, antes de la batalla final, él se encuentra disfrazado, es el “indio” que debe atacar, en la puesta en escena, a la familia “blanca”. Su molestia es manifiesta, y cuando intenta acercarse nuevamente al señor Park haciendo alusión al esfuerzo de su esposa en la organización del cumpleaños de su hijo, él vuelve a trazarle la línea al responderle, seco, que sus horas extras serán pagadas. Surge así una problemática mayor que hace alusión a dos factores fundamentales, el trabajo y el tiempo, es decir, de pronto, cuestiones bien realistas. ¿Park debe pagarle su trabajo o es dueño de su tiempo y en él puede pedirle cualquier cosa? ¿Es la conversación más personal que intenta Kim una condición de posibilidad para su dignidad de hacer esa tarea, aunque se supone que ocupa el lugar de chofer en la residencia? La no resolución de estos factores será decisiva para la escalada dramática.
El final, suerte de epílogo, nos confronta con el después del desastre. El efecto espejo del señor Kim con el marido del ama de llaves se tornará literal, y el plan de Ki-woo, tal vez sea un consuelo que tomará la forma de imágenes mentales de un reencuentro ¿posible? en esa casa. El “hasta entonces” final permanece en nosotros coma una frágil letanía mientras el título del film se expande a todos.