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En cartel

Rifkin´s festival

Llega con retraso a la pantalla la última película de Woody Allen, y el viento no sopla a su favor. De más está decir que el marco extracinematográfico es ineludible y de hecho tiene consecuencias concretas sobre sus posibilidades a la hora de hacer cine. Cancelado un contrato con Amazon, imposibilitado de filmar en su país, acepta la propuesta del Festival de San Sebastián de filmar la película de apertura del mismo. Distinto obviamente a otros casos de viajes cinematográficos del director en Match point (2005) o Medianoche en París (2011), existe una suerte de resignación aquí de filmar el marco de ocasión y sus instalaciones a través de una historia de un matrimonio en crisis que visita el Festival. La mujer del matrimonio, Sue (Gina Gershon), es publicista de estrellas y le toca patrocinar en este caso a un joven director europeo en alza, Philippe (Louis Garrel), que está convencido que el mundo necesita su cine y que sus películas podrán solucionar conflictos como el de medio oriente. De esta forma, el alter ego de turno Mort Rifkin, Wallace Shawn, que comenzó su carrera cinematográfica con el director en la bella Manhattan (1979). Éste andará por San Sebastián penando hasta el encuentro clínico pero también amoroso de una médica, Elena Anaya, que sufre también por amor en su pareja con un pintor infiel. De más está decir que si las comparaciones nunca son buenas, en este caso lo son peor, aunque existió siempre una devoción por hacerlo en el caso de la filmografía de este realizador. Imposible de pensar con films del nivel de Annie Hall, Días de radio (1987), La rosa púrpura del Cairo (1985), Zelig (1983), Hannah y sus hermanas (1986), Crímenes y pecados (1989) entre otras, algunas antes mencionadas y otras que deberían haberlo sido. Muchas grandes obras del cine.

En esta última etapa (otra tendencia frecuente a la hora de referirse a su vasta filmografía), que tal vez puede marcarse a partir de Café society (2016) hasta aquí (y aún en este caso con más brío). Decididamente, se trata, como diría el personaje de A Roma, con amor (2012), de un hombre que no quiere dejar de trabajar, y su trabajo es hacer cine. Es por ello tal vez, que esta vez aún más que en otras, el argumento parece ser una excusa, pero no únicamente para sostener el ritmo de rodaje más que activo que lo caracteriza, sino para plantear un punto de vista. Anacrónico, con otro ritmo, tal vez un tanto edulcorado, como muchos encuentran la fotografía de Vittorio Storaro, otro viejo lobo de cine. Pero propio, de un director hace un homenaje al cine que a él lo formó, y lo aúna con el recorrido personal del protagonista, que, imposibilitado de escribir una gran novela, se da cuenta que dar clases de cine no estaba tan mal. Es así como las imágenes mentales, sueños, recuerdos, filmadas en blanco y negro, se entremezclan con las de “su cine”, lo que se plantea casi como una declaración de principios y nostalgia por otros tiempos y representaciones. En palabras de Storaro: «La mayoría de la gente sueña en color, pero creo que Mort sueña en blanco y negro porque se identifica mucho con las películas clásicas que tanto le gustan». Entre otras, existen alusiones directas a la mítica apertura de El ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), en donde la palabra clave de la película, Rosebud, se vuelve un apellido de una amiga de la madre, a 8 ½  (Federico Fellini, 1963) con el desfile de los seres de su propia vida, Jules et Jim (Francois Truffaut, 1962) , Persona (Ingmar Bergman, 1966), Sin aliento, El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) con Cristopher Waltz encarnando a una muerte mucho más condescendiente que la bergmaniana, que le da consejos de salud para que pueda quedarse un poco más. Lo tomamos como una expresión de deseo autoral. Después de todo, se trata de un relato enmarcado en una sesión de análisis.

Tráiler Rifkin´s festival

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