Seleccionar página

Las 3 de Netflix

Shtisel

Una mirada sobre su dimensión artística.

Con ya dos temporadas emitidas en Israel entre 2013 y 2015, que llegan a Netflix en 2018, y con una tercera temporada posterior estrenada en esta plataforma en el corriente año, se da cuenta de las posibilidades que ofrece un relato audiovisual de estas características a la hora de plasmar cotidianeidad e intimidad. En este sentido, la temporada tres ocupa un corrimiento respecto a las dos anteriores que vale la pena destacar. Más allá de las apreciaciones valorativas inevitables en relación con sus antecesoras, hay algo en ella que la hace distinta.

Este comentario adelanta sucesos de la trama.

«No me parece, dijo Austerlitz, que comprendamos las leyes que rigen el retorno del pasado, pero cada vez me parece más como si no hubiera tiempo, sino diversos espacios, imbricados entre sí, entre los que los vivos y los muertos, según el talante en que se encuentren, van de un lado al otro , y cuanto más lo pienso tanto más me parece que nosotros, los que todavía nos encontramos con vida, a los ojos de los muertos somos irreales y sólo en determinadas condiciones de luz y requisitos atmosféricos, resultamos visibles

W.G. Sebald Austerlitz

Lo primero que surge al comenzar a escribir sobre esta serie es ¿hay algo que no haya sido dicho aún? Y la respuesta es que probablemente no mucho. Un enorme número de artículos, muchos de gran calidad, han intentado descifrar, entre otras cosas, la razón de la atracción que una familia de judíos ultraortodoxos (jaredí) provoca en públicos tan disímiles.  Y que, a priori, sea por distancia o por cercanía, tampoco generaba una particular curiosidad.

En esta tercera temporada, el mismo hecho de ser tardía, y posterior al éxito internacional que le ofreció la llegada a la plataforma de streaming implica una reflexión y hasta un comentario enunciativo de la serie respecto de sí misma. De este modo, se torna, además de una posibilidad de apertura del protagonista y de las experiencias de las nuevas generaciones, un abordaje metatextual sobre su propia construcción y sobre su impacto en el público. Son muestras de ello el crecimiento del personaje Ruchami Weiss interpretado por Shira Haas luego de su estallido en Poco ortodoxa (Netflix, 2020), como también su mirada a cámara como quiebre de las convenciones, la filmación de una película con extras que son jasídicos, todos estos elementos que parecen intentar componer un guiño que apunta directo al espectador.

El comentario final del patriarca de la familia, Shulem Shtisel (Dov Glickman), sobre Isaac Bashevis Singer, mientras ruega que no lo dejen solo todavía, refleja también un reconocimiento de filiación de un universo y de los personajes que lo habitan. La cita de este último autor, premio Nobel de literatura en 1978, es también un homenaje a las enseñanzas de su escritura: “Los muertos no van a ninguna parte. Están todos aquí.  Cada persona es un cementerio, un verdadero cementerio (…) todos están aquí todo el tiempo”, cita en ídish Shulem. Y resignifica así la escena final en la que los fantasmas se reúnen con ellos alrededor de la mesa. El aspecto ligado a lo subjetivo, presentado a través de imágenes mentales, oníricas, surge desde la primera escena del inicio de la primera temporada. En ese momento, Akiva (Michael Aloni) se encuentra en sueños con su recientemente difunta madre en el bar al que él asiste periódicamente, quien le afirma que asiste porque extrañaba comer esa infinidad gastronómica llamada kugel. En la escena nieva copiosamente y hasta se ve a un esquimal entre el resto de la clientela, alusión, tal vez, a la distancia y al frío de su alma debido a la pérdida.  El plano emocional posee también una vertiente central en la dimensión pictórica de la serie, cuyo despliegue se acrecienta en la tercera y última temporada hasta la fecha.

El arte, un espacio de encuentro.

La profundidad de las obras que se aprecian en la totalidad del relato no es azarosa, existen dos pintores que son los verdaderos creadores de las piezas que se le atribuyen al protagonista: Menahem Halberstadt y Alex Tubis. Cada uno de ellos es el autor de distintas pinturas y dibujos realizados especialmente para la misma, y fueron elegidos para plasmar distintos períodos de su recorrido artístico. Sin duda, la relación con el arte de un profesor de escuela, rabino, maestro de colegio religioso, es de por sí elocuente de un desplazamiento respecto a una posición inamovible del vínculo con el dogma y la tradición.

Son varios los problemas que implica su tránsito de dibujante amateur a artista profesional. Por un lado, de por sí el trabajo con la imagen tanto como la celebración (o idolatría) a una persona, en este caso a la figura del artista, que realiza una exposición y se presenta en televisión, se encuentra por lo menos en tensión con las implicancias del culto que profesa. Por otro lado, las representaciones artísticas, como tales, tampoco saben de preceptos ni normativas, con lo que se torna difícil mantenerlas dominadas. Es por ello que este tema adquiere un espacio de privilegio para pensar la construcción de Akiva como sujeto, sus relaciones dentro de la comunidad y las amorosas en particular. Con su padre, que va tomando posiciones ambivalentes respecto al talento de su hijo, que se evidencian cuando por ejemplo reclama, en el preciso momento en el que su hijo recibe un reconocimiento, que mejor sería que donen dinero para los niños estudiantes de la Torá. Pero también deberá defender su vocación frente a su prima, futura esposa y madre de su hija, Libbi (Hadas Yaron, en el rol de ultra ortodoxa en dos otros films, el canadiense Félix y Meira y Llenar el vacío/La esposa prometida). Ella cumple con la imposición de su propio padre (y hermano de Shulem, el gran actor Sasson Gabai) al que se terminará revelando gracias a la insistencia de su prometido y a su propio convencimiento. Debe sortear el temor que la causa la idea de una vida de artista, bohemia, sin posibilidades de construir un “hogar judío estable”.

En el camino de formación, hay un primer momento en el que los dibujos y bocetos son en lápiz, y parecen constituir una posibilidad de escape de la vida adulta. Sin embargo, existe un cuidado trabajo para que tanto las técnicas como los motivos artísticos vayan mutando a la par de su compromiso con él mismo y sus sentimientos. Este compromiso resulta indisociable de su construcción como un ser independiente que toma distancia de los mandatos paternos, en la afirmación de alguien que ya no puede dejar de expresarse. Y decide hacerlo con su propio nombre y no con pseudónimos, sea cual fuere el precio que tiene que pagar por ello en los distintos aspectos de su vida. Ya conoce la importancia de pintar en nombre propio porque el mundo también puede ser territorio de artistas impostores, como aquel para quien trabaja en un primer momento y hace pasar las pinturas como propias. Pero una vez que lo descubre un galerista, al que su padre define como “un laico” y llama Koifman en lugar de Kaufman (Naftali Alter), pero que sabe nombrar correctamente cuando quiere que le entregue el cuadro de su difunta esposa. Este hombre encuentra en él un talento genuino, dotado de la posibilidad de trasmitir una mirada singular sobre el mundo que lo rodea.

Efectivamente, un momento clave para pensar las eclosiones que transitan sus cuadros, es el último episodio de la segunda temporada, cuando pinta a su madre y utiliza la imagen como la de la invitación a su primera exposición.  El hecho de que pueda vislumbrarse un poco de cabello que sale de su tichel (gorra que usan las mujeres casadas para cubrirse), hace que Shulem pague cualquier precio para que no pueda formar parte de la muestra. Va en realidad más lejos, cuando al conseguirlo, y no atreverse a quemarlo como lo intenta en primera instancia, lo “interviene” pintando eso que al haber quedado al descubierto, transgrede.

En la discusión al respecto, se manifiestan, en definitiva, dos cosmovisiones sobre la forma de entender los vínculos entre la vida y el arte. Mientras que el hijo intenta explicarle la separación entre lo real y la representación, “es una pintura papá, no la vida real”, el padre sentencia: “¿Cuándo lo entenderás? Todo es vida …todo es vida y lo que hacemos con ella.” Y al explicarle a su hijo lo que implica algo así en la existencia, le cuenta acerca de la culpa que su madre sintió una noche en la que se la pasó llorando al notar que había estado con un mechón de cabello suelto mientras que no estaban solos. Es así que el arte, en tanto forma de plasmar las transformaciones de Shtisel hijo durante la serie, se transforma en un tema en sí mismo y en un territorio de lucha tanto interna como externa. Para él, la creación artística y la vida se fusionan en una unión indisociable.  El mundo exterior e interior se entremezclan cada vez en mayor nivel, y la plástica de la memoria confunde tanto lo real como lo imaginado y lo representado.

Es por ello que, como se dijo, para pensar el impacto de esta serie resulta también necesario dimensionar el espacio fundamental que ocupa el mundo interno, sobre todo en los personajes del padre y el hijo. En la tercera temporada, luego de una impactante elipsis, se nos muestra la ausencia del personaje de Libbi.  Con una influencia hitchcockiana ineludible, Kive no puede desprenderse de los cuadros en los que pintó a su esposa. En su dolorosa muerte, las imágenes que la proyectan la tornan más presente que a los vivos. La relación con las mismas será un tema central de este último segmento, y la posibilidad de hacerlas arder para poder pintar a alguien más, una manifestación de una transformación producto de la posibilidad de elaboración de su duelo. Cuando la coleccionista Racheli Warburg (Daniella Kertesz) se los compra al galerista, le indica, frente a la desesperación que posee su ejecutor para que se los devuelva, que sólo se los cambiará por aquellos que sean lo suficientemente dramáticos y poderosos como los que hizo de su esposa. Fue también al ver el lienzo de la mujer con el vestido de bodas cuando Racheli tuvo necesidad de conseguirlos para acercarse a él. Y como le explica Shulem a Akiva, quedarse con ellos se vuelve una forma de poder pasar a ser ella la protagonista del retrato. Y lo será, con el fuego que arde a su alrededor. El mismo fuego de la pesadilla de Shtisel, cuando sueña que las piezas de su amada se queman, después de ir a visitarla al cementerio y decirle que no iba a volver. El plano del arte se torna así la imbricación por donde circulan los afectos, los que están y los que en realidad nunca se fueron.  Logra ser, a la vez, un espacio habitable para los espectros y un medio para intentar conjurarlos…o simplemente para aprender a vivir junto a ellos.

Artículo publicado originalmente en el periódico Nueva Sión. Cultura 5/05/2021: http://www.nuevasion.com.ar/archivos/30820

Tráiler Shtisel (3° temporada)

FOTOGRAMAS